La conflictiva sexual

La situación crítica que vive hoy nuestra sociedad repercute a través de distintas expresiones no sólo en los espacios macroeconómicos y macrosociales en los que estamos instalados sino también y con una sutil intensidad en nuestra vida íntima. Me refiero a los vínculos estrechos y sustanciales que hacen a nuestras relaciones familiares, generacionales, amorosas, que son las que definen nuestra identidad y alimentan nuestros proyectos.

Nuestra vida amorosa condensa la ternura, la sexualidad y la amistad. Algunos se atreven, como nos enseña una lectura moderna de los mitos clásicos,  a otorgarle un carácter humanamente trascendente y de plenitud singular. Lo que no significa ser ajenos a conflictos, dificultades y contradicciones.  Pero aquì me voy a referir a un aspecto de la vida amorosa que se ve frecuentemente afectado y distorsionado por los avatares de la crisis que hoy padecemos.

Entiendo por crisis incertidumbre, aislamiento, desamparo y una desconfianza respecto a nuestro semejante que le otorga a nuestro vivir cotidiano una ansiedad persecutoria, una tensión amenazante y como reacciòn a esto una autoexigencia desbordante. Como vemos estas características  van más allá de la posición económica o laboral personal que ocupe cada individuo en particular, porque inhiben la construcción de una comunidad, de un conjunto, de una pluralidad que brinde pertenencia y una cuota necesaria de seguridad.

El área de la vida amorosa  a la que aludo es la vida sexual que está ligada a los espacios de placer, goce o apelando a otros términos a desear y sentirse deseado, a disfrutar juntos, a sentir que uno existe para el otro y esto, como se hace evidente,  refuerza nuestra autoestima y fortalece la unión.

En este tiempo, que algunos denominan postmoderno, la noción de placer ha sido jerarquizada y está en íntima relación, como propone Gilles Lipovetsky, con lo que es la importancia del individuo, de la creatividad, del cambio y la transformación. En uno de los encuentros que tuve oportunidad de compartir con él  coincidimos en que este nuevo paisaje, al contrario de lo que muchos otros creen, no disuelve sino que por el contrario exige una ética y son las culpas neuróticas aquellas que quedan abolidas.

Pero la relación sexual necesita confianza, permiso, soltura, lejos de las ansiedades diarias que hacen vivir cada experiencia como una prueba, un examen y donde lo que parece estar en juego no es compartir sino ser aprobado y seguir en carrera. El sujeto vive acosado por un mundo que cree dividido en ganadores y perdedores y el sexo es entonces una competencia donde el fin es el éxito. El miedo al fracaso se hace presente dificultando el despliegue erótico a veces a través de síntomas claramente manifiestos como la impotencia o la frigidez y otras detrás de una apariencia supuestamente normal se esconde un empobrecimiento del disfrute esperado.

El miedo a fallar en cualquier área de la vida laboral o profesional contamina la intimidad de la pareja. Él o ella, en el inconsciente de cada uno, se trasforman en jueces o severos profesores quitándole al encuentro inventiva, juego, sana desvergüenza y obviamente lo que debiera ser un anhelo elegido libremente se transforma en un trabajo obligatorio.

Vemos entonces que es la angustia, el miedo a fracasar, de no cumplir con el imperativo exitista, la culpa de no complacer la supuesta expectativa de la pareja y por lo tanto la fantasía de quedar desvalorizado y excluido aquellas que se convierten en causas de los trastornos más frecuentes de la sexualidad en nuestro tiempo. Es por eso que aparece la

evitación, la impotencia, la anorgasmia como los problemas más habituales así como también ambigüedades o extravagancias que detrás de una máscara de una supuesta desinhibición esconden el miedo a una relación sexual.

Es importante entonces no quedar prisioneros de expectativas supuestamente sobredimensionadas ni exigirle al otro ni a uno mismo más de lo que en realidad se desea y que es básicamente descubrir el propio cuerpo y el ajeno, me refiero al cuerpo erógeno y transitarlo ensayando los distintos lenguajes.

Como vemos nuevamente el ser humano es punto de entrecruzamiento entre lo subjetivo y lo social, entre su ecuación privada y las pautas culturales del tiempo histórico que le toca vivir.

2012, 16 de Abril

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